jueves, 31 de julio de 2014

Nuestros errores, ¿nuestro destino?

No permitamos que nuestros errores nos impidan ser felices, vivir nuestra vida. En determinados momentos, ante ciertas circunstancias, simplemente no sabemos cómo actuar y somos incapaces de dar una respuesta adecuada al problema que se nos presenta. Este hecho puede parecer que marca nuestra trayectoria vital, que tras el error que hemos cometido no hay marcha atrás. Sin embargo, no somos conscientes de que somos nosotros quienes escribimos nuestro propio destino, que quizás no podemos retroceder y cambiar aquello que hayamos hecho pero siempre, absolutamente siempre, tenemos la capacidad de remediar el daño ocasionado o, al menos, paliarlo. Esto es lo que hoy, tras la lectura de Cometas en el cielo de Khaled Hosseini (Libro que os recomiendo leer encarecidamente), he aprendido. Somos nosotros los que debemos perdonarnos por las malas decisiones cometidas, los que podemos curar el daño infligido a nosotros mismos y a terceras personas, los que aunque no podamos cambiar el principio siempre podamos cambiar el final de la historia.

"Zendagi migzara" (La vida sigue)

lunes, 28 de julio de 2014

Nieve en el Valle del Jerte

Después de bastante tiempo sin publicar nada, espero que no me guardéis rencor por ello, retomo mi labor y os dejo este microrrelato dedicado al Valle del Jerte y a su producto más preciado: la picota puesto que estamos en su temporada. Espero que os guste:


Nieve en el Valle del Jerte

No entendía por qué me tocaba participar en aquellas aburridas excursiones familiares, ni por qué mi hermano, dos años mayor que yo, siempre lograba escabullirse con alguna absurda excusa como: “No puedo dejar al perro solo”. En fin, el viaje en coche sería largo así que cogí mis cascos, mi música y me transporté al mundo que habitaba en mis pensamientos. Parecía que era invierno pues los árboles se encontraban cubiertos por una capa de blanquecina nieve, pero hacía calor... O igual era la caminata... Entonces me fijé detenidamente en uno de aquellos árboles, no era nieve: eran flores. Acerqué mi mano para acariciar aquella belleza... ¡PLAAF! Me desperté bruscamente, mi hermana pequeña había tenido la brillante idea de despertarme explotando la bolsa de caramelos que ya se había comido a tres escasos centímetros de mi cara. La miré enfadado, mientras me ofrecía, sonriente e inocente, una bolsa de picotas del Jerte. No pude evitar sucumbir en la tentación y probé una. Otra explosión recorrió mi cuerpo, pero esta vez de sabor, de placer. Quizás, después de todo, el viaje fuera a mejor.